domingo, 27 de agosto de 2017

Polisombras — El Parque

En nuestras conversaciones, es común encontrarse con la insistente repetición de ciertas preguntas o manifestaciones que se vuelven en las bisagras de los temas que motivan los encuentros. Una ilustración:

Dos conversadores se encuentran en un café, se saludan, piden al barista un par de bebidas y se quedan mirándose en medio del incómodo silencio del intervalo.

—¡Qué calor tan berraco! ¿No?— Dice el primero.
—¡Insoportable! ¡algo debimos hacer para recibir semejante castigo!

Los dos conversadores se sumergen en esta temática que, durante el día, pudieron haber llevado con otras dos o tres personas más. Es un acuerdo tácito, una licencia para irse conectando —a partir de un tema simple— con la individualidad del otro; es como una manera de irse acostumbrando a la compañía, a las manifestaciones del interlocutor, se trata de un estado de transición que permite que se llegue a una conexión mutua, a esa conexión que se va desarrollado mientras se avanza entre las digresiones de los lugares comunes de la conversación. Los lugares comunes del diálogo o de la conversación son muchos, y estos varían según la región, la ciudad, el género, el rol social y la ocupación de aquellos que conversan.


Existe algo así como una intuición que va dictando los lugares comunes que se comparten y que se pueden abordar con cada interlocutor. De esta manera, con el señor mayordomo se recurre a temas como el del clima, la salud de la familia y la situación de la propiedad; mientras que con el colega de trabajo, siendo uno, digamos, médico, se recurre también al clima, pero se añaden temas como el del estado de la salud en el país, la situación política, los salarios del hospital, etc. Hay que tener claridad respecto a que, a pesar de que la diversidad de los lugares comunes puede ser muy amplia, ellos no pueden aplicarse libremente a todas las conversaciones.

Algunos de los lugares comunes, más generales, son: el clima, las cualidades del país o ciudad que se habita, temas de interés global, ocupación de cada uno de los hablantes, etc. Lugares comunes más restringidos pueden ser: situaciones familiares entre conocidos, últimos acontecimientos de la región o la situación económico-política de la ciudad que se habita. Así, en Rionegro, uno de los lugares comunes tanto de los habitantes como de los visitantes, ya desde hace varios años, ha venido siendo el estado particular en el que se encuentra el parque principal.

El gobierno pasado formuló una interesante propuesta para reformar el parque y, como es común, hubo muchos que chistaron disconformes y otros que se alegraron por el hecho de que el parque se estuviera uniendo a la oleada progresista que estaba sacudiendo a la recién nombrada ciudad. Lo cierto es que, en ningún caso, se carecía de expectativa frente a la ejecución del proyecto. Antes de comenzar el trabajo, se adecuó la primera parte de la plaza, aquella que es la más inmediata a la catedral de San Nicolás, y sobre la que relincha, detenido en un tiempo imposible, el caballo de Córdoba. Adecuaron aquella sección antes, y con premura, para no dejar sin lugar de trabajo a los emboladores de las caseticas verdes, y para trasladar a ese punto a todos los que venían conduciendo negocios ancestrales sobre la plazoleta.

Una vez se terminó esa primera etapa, se fueron clavando en el asfalto barras de hierro y se fue cincelando la primera capa de concreto que cubría la plaza. No faltó quien sintiera desgarrado su pecho al ver cómo la ancestral plazuela era apuñalada y reducida a escombros para llevarla quién sabe a qué fines. Rionegro ha venido experimentando proyectos de mutilación que han exterminado los más bellos matices del pueblo y, con ellos, las apreciadas dinámicas sociales de un tiempo en el que el mundo significaba muy diferente.

Lo que siguió a esa primera etapa fue que, poco a poco, la plaza se fue cubriendo con unas elevadas paredes de polisombra, ese entretejido de plástico unas veces verde marino, y otras negro, que envuelve en un espectro misterioso las construcciones. Colgadas de la polisombra se dispusieron fotografías, en línea de tiempo, de los viejos momentos de la plaza; como si quisieran evidenciarnos que todo pasado fue mejor al comparar la belleza colonial de aquel parque que atestigüo la firma de la constitución del 63 con los avances informes que fueron trayendo las diversas remodelaciones de los alrededores. Las imágenes de la nostalgia hicieron vibrar los corazones de los viejos e ilustraron, en historia, las frescas conciencias de los jóvenes.

Las máquinas y obreros fueron, día a día, avanzando en su incierto trabajo, al compás de la ácida música de las excavaciones, de las humaradas de tierra amarilla y de los intermitentes cierres de las calles. Lugares comunes: ¡Ve! ¿Cuánto es que llevan arreglando este parque?, ¿Qué irán a hacer? ¿Vos no sabes?, Esta gente sí que jode ¡Cómo era de bonita la plaza! ¡Quién sabe qué cosa van a terminar haciendo!.. Así iban sonando las voces de las gentes preocupadas por la pérdida de uno de los lugares más importantes para el encuentro; así, con una mezcla de expectativa y de desconcierto.

Pero los días fueron pasando sin progreso significativo, y los curiosos que buscaban acceder a los balcones de las oficinas y locales para fisgonear, no encontraban nada, nada más que un terrible hueco de enormes proporciones. Entonces, la tonalidad de esas manifestaciones se fue volviendo menos esperanzada: ¡Quién sabe cuánta plata se estarán robando!, Eso como que van a hacer un parqueadero subterráneo o un centro comercial ¡Como si no hubiera cosas más importantes para arreglar en este pueblo!, ¡Ahí está pintado el alcalde!

Y, así como el descontento, las polisombras se fueron haciendo cotidianas. Las voces comunes de las conversaciones se han ido amargando en incredulidades y despechos por ese lugar que les ha sido robado. Y aunque, de vez en cuando se escucha una voz de aliento que dice ver un avance: una manga sintética, unos escalones. Los días siguen pasando y los gobernantes siguen anunciando prórrogas ¡dos gobiernos sin que se devuelva el bien social! Por lo que, más rápido de lo que llegan aquellas voces de aliento, desaparecen las ilusiones de un pueblo, primero expectante y ahora disconforme,  entre la burlona cara de las polisombras que son el signo ondeante y viviente de las inauditas prolongaciones gubernamentales.

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