miércoles, 23 de agosto de 2017

La Bruja

"Alfa y omega, ave maría purísima, esta misa pa´ las ánimas con un par de cirios, cada uno: 20.000 pesos, sea sagrado para todos los espíritus". En esta, una de esas noches de aire clarísimo que invita a la conversación bajo los candiles, terminé por escuchar el rezo que antes se lee. Lo pronunciaron los labios delgados y salivados de una pequeña brujesilla que me encontré en el San Francisco. La mujer medía casi la mitad de lo que mido, me encontró desprevenida, echando una sonrisa al aire por la satisfacción de un día de ánimos tibios. Me vio sonriendo y se lanzó con el eganche más acertado con el que se puede atajar a un transeúnte exhausto: "no le voy a pedir plata". Y aunque uno sabe bien que el único significado de aquella corta oración es su opuesto concreto, la curiosidad le gana al sentido común porque es muy difícil dejar de preguntarse ¿y? Si no es plata... ¿qué?

Mujer de pequeñas proporciones, con una capul de risos delgados, de aquellas que cubren por entero la frente. Envolvía sus piernas una falda de algodón que le llegaba más abajo de sus rodillas, tenía las medias a medio gemelo, una camiseta cuello tortuga de rayas naranjadas y, sobre ella, un buso estirado. De su cuello colgaba un escapulario hecho con cuentas de plástico, cada decena un color distinto. Había mucho más en su persona, pero lo que no dejó de asombrarme fue su maxilar inferior que bailaba al son de las afirmaciones que iba soltando al azar. Cuando hablaba sólo se veían ellos, los filudos dientes inferiores llenos de manchas oscuras, entre los que se despilfarraban fluidos salivales y un tufillo a licor muy bien definido. 

No hay mayor gusto que el de las conversaciones extraordinarias, sobre todo, si se trata de uno de esos seres que cree tener en su poder la verdad del mundo y que está cegado por la sobrevaloración que tiene de su perspicacia. Mi noche se cargó de misterio gracias a las elocuentes palabras de la brujesilla, que mezclaba cada rezo y superstición de cuantas religiones pueden contarse sobre los suelos de la tierra. La bendición de una moneda, el regalo de un número para ganarme el chance, el teléfono celular para que la llame en caso de que mi suerte cambie y quiera atender a su consulta por 10.000 pesos. Y la bendición, rezo y póstuma desaparición de un billete que me pidió confiado. La última de sus promesas debe ser la que más gente lleva a sus consultas, prometió que encontraría a "la maldita" que me había salado, que no para que me vengara sino para que me resintiera con ella, esas, sus palabras textuales. 

Me despidió bendiciéndome y solicitando que le diera mi mano en señal de que había perdonado la desaparición del billete confiado. Yo crucé la calle y me senté en el café Manzanares a imaginarme el deleite de la encrispada mujer, cuando pudiera comprarse el vino que tanto había ansiado y sentarse junto a sus compañeros de desvelo, a lanzar arroces al aire y a danzar por el favor bendito de las ánimas del purgatorio. Prendería el cirio desnuda, para bendecir mis amores, lanzaría tres gotas de vino sobre la llama y cantaría alabanzas budú mezcladas con credos católicos para mandar por los aires las buenas suertes que me había jurado y el alimento bendito de las ánimas que habrían de proveérmelas.

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